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China's Lang Lang teams up with acclaimed Cuban pianist
Chucho y Lang Lang, virtuosismo extremo
El encuentro de nuestro Chucho Valdés con ese fenómeno chino que responde al nombre de Lang Lang rebasó las expectativas
Por mucho que se haya podido anticipar la densidad artística del encuentro, la realidad superó los vaticinios. El encuentro de nuestro Chucho Valdés con ese fenómeno chino que responde al nombre de Lang Lang rebasó las expectativas y satisfizo tanto a quienes creen en el poder evocador de la música como a los que apuestan por los ejercicios virtuosísticos extremos. Porque ambos intérpretes son capaces de integrar ambos estadios, que no pocas veces se sitúan en las antípodas.
Ello se pudo apreciar en el ámbito de la Plaza de la Catedral habanera el último viernes, por encima de las dificultades de hacer música en un espacio abierto, el ruido ambiente y los desbalances en la amplificación del sonido.
Los pianistas contaron con el respaldo de una muy motivada Orquesta Sinfónica Nacional, que contó en el podio con la maestra norteamericana Marin Alsop, una leyenda sobre la que volveremos más adelante.
Lang Lang (Shenyang, 1982) irrumpió en la Plaza con el primer movimiento del Concierto no. 1 en si bemol menor op. 23 (1875), del ruso Piotr Ilich Chaikovski, sin lugar a dudas una de las piezas más famosas del repertorio universal. Hubiéramos deseado escuchar completa una partitura de la cual existe un registro referencial realizado por el chino con la Sinfónica de Chicago, conducida por Daniel Barenboim, pero tal aspiración no encajaba con la duración del programa.
Al público le fue suficiente ese movimiento para constatar cómo Lang Lang, con plenos argumentos expresivos, transitó desde el inicial planteamiento temático, impetuoso, hasta la delicadeza de los pasajes más líricos. Punto y aparte para la cadenza, un alarde del más puro virtuosismo.
Hay que olvidarse del histrionismo de un intérprete que responde en su proyección escénica a los códigos de esta era de hegemonía mediática. En términos estrictamente musicales, seduce y convence por su talento cultivado. Hace poco uno de sus más acérrimos críticos tuvo que reconocer lo que es evidente, que Lang Lang tiene muchos atributos: un muy buen sonido, una mecánica de precisión absoluta que le permite afrontar las mayores dificultades pianísticas y salir siempre airoso, sabe iluminar su canto con ciertos fulgores nada comunes, comunica un aire de espontaneidad que lo hace caer siempre simpático, y en sus manos, todo parece especialmente natural.
El profesor cubano Salomón Gadles, Mikowsky, distinguido profesor de la Escuela de Música de Manhattan y principal promotor de los Encuentros Internacionales de Jóvenes Pianistas de La Habana, quien viajó a la isla expresamente para asistir al evento, pronunció una palabra que define el genio de Lang Lang: originalidad.
Otro rasgo a destacar en la personalidad de Lang Lang es el amplio espectro de intereses musicales que lo ha llevado a no encasillarse. Aquí en La Habana probó, orientado por Chucho Valdés, con Ernesto Lecuona y la danza Y la negra bailaba (1925) y junto al maestro cubano, una exultante versión de Gitanerías (1926), que forma parte de la célebre Suite Andalucía (1919–1927).
Como anfitrión Chucho concentró sus intervenciones personales en dos momentos sucesivos: Claudia y Nanu, piezas suyas infaltables en el repertorio de un pianista que lleva más de medio siglo de aportes sustanciales al lenguaje pianístico contemporáneo, más allá de las fronteras del jazz.
Acompanado por el bajista Gastoncito Joya, el baterista Rodney Barreto y el percusionista Yaroldi Abreu, y arropado por la orquesta, Chucho volvió a demostrar que la imaginación es la base de la improvisación.
Hubo un final previsto y otro sorpresivo con ambos pianistas en combinación perfecta. Un tributo a la más esencial cubanía con el danzón Tres lindas cubanas (1926), de Antonio María Romeu, y otro al jazz, mediante Victory stride (1928), de James Price Johnson, uno de los compositores y pianistas de esa época, acompanante favorito de Bessie Smith y maestro de Duke Ellington. Por cierto, la directora Marin Alsop grabó un exitoso disco de jazz sinfónico en el que incluyó la obra de Jonhson. Y en el cierre, la sorpresa, El cumbanchero, del puertorriqueno Rafael Hernández, a toda orquesta y todo piano.
Al principio de esta nota mencionábamos a la directora invitada. Marin Alsop (Nueva York, 1956) ha contribuido a derribar barreras sexistas en la conducción orquestal, una profesión artística tradicionalmente masculina. Actual titular de las sinfónicas de Baltimore y Sao Paulo, fue nominada al Grammy en el 2009 por la grabación de la Misa, de Leonard Bernstein, su profesor; y ganó ese lauro un ano después en la categoría Mejor Obra Clásica Contemporánea con el Concierto para percusión, de Jennifer Ligdon, interpretado por Colin Currie y la Filarmónica de Londres, conducida por ella.
Las credenciales de Alsop se hicieron notar en la noche habanera al liderar a la Sinfónica Nacional en las Variaciones enigma, del británico Edward Elgar, y la Obertura cubana, del norteamericano George Gershwin, en la cual asoma como eje temático nada menos que el sabroso Échale salsita, de Ignacio Pineiro.
Al comienzo de la velada, sus organizadores patentizaron la posibilidad de prolongar una colaboración que tiende puentes culturales entre Cuba y Estados Unidos. Así lo hicieron saber los representantes de ELCCNY (Eric Latzky Cultura Comunications New York) y CAMI Music (Columbia Artist) y el Instituto Cubano de la Música. Por su parte, Ronald Loesby, a nombre de la firma Steinway & Sons, donó a Cuba el piano de esa marca utilizado por Lang Lang en el concierto.